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lunes, 29 de septiembre de 2014

Superar la Tercera Posición

Los desafíos de la Cuarta Teoría Política en Argentina. 

Por Esteban Montenegro

A propósito de las conferencias que brindara el profesor Alexandr Dugin recientemente en la CGT y en la Casa de Rusia podemos decir, sin ánimos de exagerar, que han marcado un antes y un después para las fuerzas de la Tercera Posición en Argentina. En efecto, han puesto en evidencia que en su seno se debaten dos tendencias entre los que están abiertos a desprenderse de los prejuicios del siglo pasado, y los que no. Explicaremos algunos puntos básicos de la propuesta de Dugin, antes de pasar a verificar su validez en el terreno de la política y la historia local.

¿En qué consisten los prejuicios a los que acabamos de aludir? Si nos viéramos obligados prematuramente a quedarnos con un aspecto de los planteos de Dugin señalaríamos la condición de que para pensar una nueva posición política han de abandonarse tanto el anti-comunismo como el anti-fascismo que el liberalismo ha pregonado para enfrentar sus oponentes entre sí y salir airoso. Por su parte, la Tercera Posición sostuvo la teoría conspirativa que imaginó detrás del capitalismo yanqui y el comunismo soviético una misma conducción sinárquica globalista. Pero ya cómo una forma superior de la intoxicación liberal ciertos sectores de este campo, en especial los religiosos (pero no exclusivamente), vieron en el "comunismo ateo" el enemigo principal a combatir, y para ello se aliaron al liberalismo. De la vereda de enfrente, el comunismo, cuando no llegó directamente a igualarlos, imputó a la Tercera Posición ser el brazo armado, o el instrumento preferido del gran capital para frenar las revoluciones proletarias. También el comunismo fue aliado de las fuerzas liberales para combatir a las Terceras Posiciones en “frentes anti-fascistas” como la Unión Democrática que enfrentó a Perón en 1946, para dar un ejemplo. Estas dos tendencias redundaron en el triunfo de la unipolaridad global neoliberal hacia los años noventa, mientras que las dos posiciones anti-liberales desaparecieron, o bien se fundieron en alguna de las opciones partidocráticas liberales, más a la izquierda o más a la derecha, pero dentro de sus reglas de juego pro-mercado. Hoy día cualquier liberal reconoce que el comunismo y las Terceras Posiciones tuvieron mucho más en común entre sí que respecto de “la sociedad abierta” cuyo máximo ejemplar sería la democracia estadounidense, y tienen razón. Obviamente no faltaron honradas excepciones en ninguno uno de aquellos dos campos antiliberales del siglo veinte que se percataran de esto y se resistieran a tomar las diferencias habidas entre uno y otro como la contradicción principal. El nacional-bolchevismo alemán fue un claro ejemplo de la Tercera Posición saliendo fuera de sus límites. En nuestro país lo fueron las amplias y variopintas vertientes de izquierda nacional, que desde una formación marxista y socialista abrazaron un nacionalismo identitario ibero-americanista; pero también, los nacionalistas que hicieron el camino inverso (y que fueron muchos). Aquellos pueden, sin lugar a duda, ser tomados como señales en el camino hacia la Cuarta Teoría Política venidera, que no ha de quedar asociada ya ni a la Segunda (el comunismo) ni a la Tercera Posición (nacionalismo) sino que actuará sobre la base de las verdaderas contradicciones. En términos políticos sobre la del liberalismo atlantista unipolar anglosajón y el resto del mundo con sus múltiples polos anti-liberales; y en términos filosófico-existenciales, entre la metafísica del sujeto moderno con sus distintas encarnaciones (individuo, clase, nación, raza) y el Dasein, que está a la base de la Cuarta Teoría Política.

Vayamos a la historia de nuestro país. Respecto de la Tercera Posición en Argentina, ya en sus mejores momentos, entre 1945 y 1955, cavó su propia tumba al sellar un pacto social con los grandes capitales oligárquicos en función de una “unidad nacional” que un enfrentamiento entre clases pondría en jaque. No lo hizo, claramente, cómo una tregua necesaria en camino a la socialización, sino haciendo de las migajas del cincuenta-cincuenta para el capital y para el trabajo el destino histórico mismo. Los trabajadores siguieron en ese marco yendo "del trabajo a la casa", ciertamente reivindicados por los derechos laborales que conquistaron junto a Perón, creyendo que esa "unidad nacional" duraría mientras Perón la protegiese. Pero, mientras tanto, los capitalistas, que nunca creyeron en esa "unidad nacional" sino como un medio para volver a imponer su dictadura, preparaban meticulosamente un golpe de estado pues conservaban gracias al pacto social los resortes de su poder intacto. Ni el capital oligárquico ni el burgués tienen patria alguna distinta del dinero. Perón nunca dio el paso decisivo para derrotarlos, y dejó al pueblo solo, mientras él se exiliaba. Dijo preferir el tiempo a la sangre, pero el enemigo se cobró la sangre de los trabajadores igual. Que Perón se refugiara en la España franquista en lugar de armar a la clase obrera y enfrentar al enemigo en 1955 representa cabalmente quién era Perón, y en esto la Tercera Posición tiene razón: Perón nunca quiso la "Patria Socialista", que hubiera sido la consecuencia inmediata de haber derrotado concretamente a sus enemigos: los que no trabajan. Perón tan sólo uso fraseología revolucionaria cuando desde el exilio necesito alentar sus “formaciones especiales”, es decir, las guerrillas de la izquierda peronista. Un claro ejemplo es el excelente documento de “Actualización política y doctrinaria para la toma del poder”, donde cita a Mao casi como una autoridad y reconoce al justicialismo como una forma de socialismo nacional. Se trataría de un importantísimo documento como antecedente de la propuesta de una Cuarta Teoría Política si no fuera porque lo contradijera groseramente años después tras llegar al poder. El pragmatismo y la auto-referencialidad de Perón permitieron desde el exilio forzar, poniendo muertos por izquierda, una negociación que conduzca a nuevas elecciones. Ya una vez alcanzado el poder por tercera vez, dentro de la legalidad del sistema, procedió a cometer los mismos errores que en sus dos primeros mandatos, y, además, procedió a relegar, y desarticular desde el aparato represivo del Estado burgués las organizaciones armadas que hicieron posible su retorno. ¿Qué clase de socialismo y qué clase de planteamiento estratégico de guerra integral es posible dejando al enemigo replegarse, conservar su poder de fuego, su poder económico y finalmente dejando al pueblo sin conducción ni un organismo político-militar que lo proteja?  

Con esto no se pretende aquí menospreciar las conquistas que Perón instrumentó en favor de los trabajadores. Ni su visión de futuro y su indudable capacidad política e intelectual. En ese sentido, seguimos aprendiendo de él y sus aciertos, como se aprende de todos los grandes estadistas de la historia. Pero por la responsabilidad que asumió ante el pueblo, sus errores son los que más nos han costado colectivamente hablando, y es ingenuo creer que la Tercera Posición sólo fracasó por la violencia de sus enemigos, y de vuelta, por una conspiración en las sombras entre marxistas y liberales. Si la Tercera Posición hubiese estado a la altura del combate que le presentó el enemigo liberal, hubiera dejado de ser tal. Y hubiera sido lo lógico en Argentina, donde el comunismo nunca fue una amenza, seriamente hablando, para ella y si lo fue el liberalismo. La trampa del liberal siempre ha sido hacerle creer a la Tercera Posición que erradicar las formas capitalistas de raíz equivalía a “volverse comunista”. Tanto ha tenido efecto esta trampa que en Argentina los resabios de la claudicante Tercera Posición están plagados de eminentes representantes de lo que en Europa fue llamado "la estrategia de la tensión". La AAA -Alianza Anticomunista Argentina- fue el equivalente local a la Red Gladio. Sirviendo al aparato de Estado, y a servicios de inteligencia, hombres de la Tercera Posición operaron asesinando y torturando militantes de izquierda durante los años 70's. Bajo la sangre de esos crímenes, la Tercera Posición realmente existente, ya libre de "infiltrados" y de verdaderos enemigos por izquierda, ha quedado desde entonces atada simbólicamente a aquel pacto espurio con las fuerzas del liberalismo. Cómo es de esperarse, los que hoy se ubican orgullosos en la Tercera Posición nostálgica levantan y hacen suyo el relato histórico de los vencedores de la "guerra antisubversiva", es decir, de los liberales pro-yanquis. Este imaginario anticomunista es el vigente, con matices, en casi la mayor parte del sindicalismo, en el peronismo ortodoxo, en el nacionalismo católico, y entre los nacionalistas de abierto o velado corte fascista. 

Pero ni el dejar de ser anticomunista implica volverse comunista ni el dejar de ser de "anti-fascista" volverse un peronista o nacionalista de Tercera Posición. Si se afirma estas tesis se cae en el chantaje liberal, pues a nadie más beneficia hoy que no se pueda pensar más allá de estas categorías. Sea como fuere, para cualquier antiliberal consecuente siempre es objetivamente peor ser un cobarde y ceder ante las fuerzas represivas de ocupación liberal que ser tachado de subversivo, totalitario o lo que sea. ¿Por qué se nos hace posible afirmar esto?, porque nos parece un absurdo sostener que lo decisivo política y éticamente hablando ocurra al nivel de la representación. Esto quiere decir, considerar, que aquello que sostiene el valor de una persona es si adscribe a la ideología correcta o no. Y aquí entramos en el  terreno de la contradicción filosófico-existencial que divide aguas entre la Cuarta Teoría Política y la modernidad. Vale repetirlo: aquello que opera como representación teórica de un sujeto político dado, comúnmente designado “ideología”, o “doctrina”, está subordinado para nosotros al dominio existencial, que es aquel donde se juega lo realmente decisivo en el campo político. Sostener lo contrario implicaría abrazar un racionalismo improcedente que nos sitúa en el terreno caduco de las tres teorías políticas modernas que se busca dejar atrás. La experiencia fáctica es el primer momento en el desarrollo de toda auto-conciencia. Por eso, para nosotros, aquellos que decidieron luchar y morir contra el enemigo del pueblo y de la patria están existencial, ética, y políticamente, por encima del resto haya sido cual fuere su ideología. Nosotros sí coincidimos con la Cuarta Teoría Política (a diferencia de la Tercera Posición local que es humanista-cristiana) en el hecho de que su portador sea el Dasein. Ni un sujeto individual ni uno colectivo pueden ser portavoces de algo radical. El Dasein, propiamente dicho, es aquel existente auténtico en cuyos actos y gestos puede re-significarse la trama existencial del mundo circundante donde nuestra tierra, los otros hombres, y nosotros mismos habitamos. La Verdad es una experiencia que trasciende por ser anterior y fundante a toda racionalización discursiva. Por eso no tendrá sentido el que nuestra crítica a la Tercera Posición sea tachada de "comunista". A este respecto, vale recordar cómo bien marca Jünger, hombre de acción que nunca tuvo los miedos de nuestros nacionalistas, que superar el economicismo de cierto marxismo no implica “que el espíritu se aparte de todas las luchas económicas: lo importante es, por el contrario, que se otorgue a esas luchas la máxima virulencia” (El Trabajador, Tusquets, 1990, p. 35). ¿Dirán nuestros esperables detractores que Jünger también era un “infiltrado” dentro de la Tercera Posición? Nosotros les respondemos de antemano. No, era alguien que veía más alllá, siendo por ello un precursor de la Cuarta.

¿Qué hacer entonces? ¿Otra vez el anti-comunismo conspiranoico abortará las posibilidades más osadas, las únicas viables, de la revolución nacional y social? Aunque los que se dicen de Tercera Posición mayormente lo oculten o lo ignoren, en Argentina hubo nacionalistas y peronistas de formación en las vertientes más duras de la Tercera Posición que se animaron a más y enarbolaron junto a las tradiciones nacionales en las que se formaron la revolución social sin contemplaciones por la oligarquía y los patrones. Sin nada de "pacto social", ni “lucha por el occidente cristiano" ni poniéndose a disposición de la OTAN. ¿Seguirá negándose el valor existencial de aquellos precursores? Jose Luis Nell, Joe Baxter, Rodolfo Walsh, Dardo Cabo, ellos marcaron el camino a la Tercera Posición dando la vida por un nacionalismo revolucionario cuya Idea estuvo por encima del Estado y la conciliación con el capital. Ninguno de ellos luchó desde el cómodo sillón de una representación sindical, negociando con autoridades ilegítimas de un Estado burgués y dictatorial. El camino hacia una Cuarta Teoría Política será posible tan solo revalorizando lo que allí latía en la práctica. Allí había algo más que mero nacionalismo, algo más que mero marxismo; aunque defectuosamente formulado, y por eso inestable en términos teóricos. Ellos fueron socialistas, nacionalistas, guerreros del continente americano, abanderados de la solidaridad internacional en la lucha contra el atlantismo y dieron su vida. ¿Qué importa que no hubiesen tenido una acabada concepción ideológica si hicieron más por la Patria que todos los nacionalistas vivos juntos? Lo importante es esto, que en Argentina hubo guerreros que lucharon por una Patria Socialista respetando profundamente las raíces históricas y las tradiciones del pueblo. Perón podrá ser lo máximo dentro de la Tercera Posición. No tenemos duda, pero también es su límite. De hecho el más grande filósofo que tuviera el Peronismo, un eminente heideggeriano, me refiero a Carlos Astrada, es mayormente ignorado por la Tercera Posición de nuestros días, quizá como castigo por no ser católico, o por haber luego girado a la izquierda (como los hombres que acabamos de reivindicar) realizando entonces descarnadas críticas a Perón. Son estos hombres heterodoxos los anuncios de las posibilidades más auténticas de nuestro destino: el camino hacia otro horizonte político que poco tiene que ver con ese fantasma del “comunismo asesino” que ven los nacionalistas argentinos cuando se los saca de su estrechez mental. Los únicos genocidios en Argentina fueron siempre cometidos por nacional-conservadores y liberales.

Al decir de Heidegger, el Dasein elige sus propios héroes en función de la proyección de su existencia en el horizonte de la finitud. Es hora de superar la Tercera Posición, y darse cuenta que la efectiva liberación nacional y social sólo es posible con un anti-capitalismo raigal y furioso que no tenga como destino el Estado, ni la convivencia con el enemigo, ni la adoración de tiempos remotos y arcanos, sino dar parto a una nueva civilización en clave continental y a un hombre nuevo desde una praxis y una teoría ajustadas a los tiempos que corren. Sin socialismo, sin trabajadores en armas, no hay liberación nacional; y sin continentalismo y multipolaridad, tampoco. Para encontrarnos de nuevo con nuestro destino, tenemos que prestar más oídos a Heidegger, a Jünger, a Schmitt, como algunos hacemos desde hace años y como bien nos sugiere Dugin. En lugar de los intelectuales conservadores-católicos que esgrime la derecha peronista como autoridad (Nimio de Anquín, Disandro, etc.), nosotros proponemos acercarnos mediante un diálogo interpretativo, de igual a igual, dogmas e ideología aparte, a Carlos Astrada, Martínez Estrada y Leopoldo Lugones; a Scalabrini Ortíz, Jauretche y Hernández Arregui; a los maestros alemanes antes nombrados y a los siempre vigentes filósofos griegos. En suma, nuestra cultura es la que merece lectura atenta, no para estancarse en algunas de sus más grandes figuras, sino para re-encontrarnos nosotros mismos con nuestro destino histórico.

Que el Dasein y no el humanismo cristiano opere en la Cuarta Teoría Política no es un condimento que lo diferencia de la Tercera Posición peronista… es algo esencial, al igual que el anticapitalismo socializante que sostiene (y aquí intentamos tematizar sucintamente que su necesidad no parte de un análisis economicista sino de uno existencial). Estas diferencias abren un abismo que nos interpela: ¿Estamos dispuestos a cambiar la trama de significaciones en la que nos hemos establecido alguna vez? ¿Somos todavía lo suficientemente humildes y, a la vez, valientes, como para dejar un espacio libre de certezas para que pueda surgir algo nuevo? Hegel, y después Nietzsche, sacudieron al mundo occidental al anunciarle la muerte de Dios. Así alertaron y sacudieron sus consciencias respecto de lo que estaba por venir. En Argentina hace tiempo que ciertos hombres buscan un Perón para que los redima… pero Perón ha muerto y era lo único que el peronismo por definición tenía como garantía de mismidad. No buscan ningún cambio aquellos que agolpados en torno a su cadáver repiten cual mantra frases hechas para exorcizar cualquier “desviación”, puesto que la rigidez propia de lo muerto no podrá nunca dar luz a una nueva civilización. Todo resabio institucional, partidario o sindical, del peronismo, está perimido y vinculado indisolublemente al liberalismo con el que se haya siempre dispuesto a negociar los términos de reproducción del aparato estatal y de la economía de mercado. Todo lo valioso y heroico que guardó dentro de sí la Tercera Posición no vive en esas estructuras, sino por fuera de ellas, y se conserva superado en la lucha por el futuro de nuestra tierra y no en la adoración nostálgica de algo que no volverá a ser y que justamente por eso demanda nuestra intervención en la historia.

Rusia y Argentina, tal como afirmó felizmente Dugin, aún son depositarias en lo más profundo de sí, de las instituciones romanas, de las artes y la filosofía griega, de los maestros del pensamiento alemán, de esa Europa que en su suelo natal ya dejó de ser tal. La cultura vive ahora en nosotros, no como algo externo, sino como posibilidad, pues todavía estamos próximos a la tierra y habitamos un gran espacio continental que espera su configuración y una unidad más férrea para dar todo de sí. Nuestro carácter de posibilidad actuante nos permite a su vez ser portadores de algo novedoso. Somos el futuro del mejor de los pasados. Estamos aquí para, a partir de una ruptura con lo inmediato re-significar la trama de nuestro mundo y no para maquillar muertos. La Tradición, para nosotros más que nadie, es una posibilidad viva de nuestro destino. Y nada que se levante por encima y por fuera nuestro podrá convencernos de lo contrario. Hacia allí vamos, pues “el mundo es algo en lo que el existente en cuanto ente ya siempre ha estado, y a lo que en todo explícito ir hacia él no hace más que volver” (Heidegger, Sein und Zeit, 1927, p. 76),… en este camino de retorno al Heimat nos encontramos felizmente con la Cuarta Teoría Política. Argentina tiene aportes muy importantes que hacer al respecto. Somos varios los que podemos exhibir las credenciales de apertura, compromiso y consistencia intelectual que demandan la hora, aunque por ello nos hayamos ganado el desprecio de quienes defienden aún posiciones perdidas. Saludamos la visita de Dugin y la creación del movimiento euroasiático en Argentina por viejos amigos nuestros como se saluda lo peligroso y todo lo que le da sentido a la vida.

Los negocios son cosa de otros, el futuro es nuestro.
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viernes, 4 de julio de 2014

Trabajadores marginados y marginales explotados

Por Francisco Barbarroja

La explotación real conlleva un “chivo expiatorio” del sistema: el pensar libre del discurso. Para desviar el odio y el resentimiento de clase de los marginados que están siendo explotados como esclavos por las fábricas del capitalismo, el sistema mediático al servicio de las oligarquías construyen un “monstruo”, la imagen del pueblo llano nativo como “peligrosos y odiosos discriminadores, culpables de que los recién llegados sean marginados y sufran pobreza e injusticias”. La imagen del trabajador como criminal que es la causa principal de la no integración de las masas de extranjeros al sistema. Y que llevan a un endurecimiento de las leyes –a pedidos de los medios de comunicación y de las ONGs a tiempo completo para “defensa de las minorías”, contra cualquier varón, natural del país, adulto y trabajador.

Es el medio de reencauzar el rencor del resentido que jamás se asimilará pues ha sido traído desde fuera precisamente por ello: porque no puede asimilarse al país por su incapacidad cultural e idiomática, su falta de lazos reales y raíces biológicos-familiares con el país que invade masivamente bajo la forma de una turba disgregada y paupérrima. El Lumpen que es fácilmente manipulado por el capital para hacerlo el ejército de reserva a su servicio. Para destruir el factor trabajo e imponer sobre occidente la “cultura” del esclavo, de aquel que trabaja sin quejarse por el mínimo salario.

Para controlar la esperada explosión de la migración marginal del lumpen explotado, se redirige la furia de ese lumpen vía los medios masivos de comunicación para que en vez de contra los patrones y las oligarquías minoritarias –y las más de las veces, tribales, dueñas del capital- hagan su presa en los ciudadanos a pie del común. Para que así cumplan su función de espada de Damocles y amenaza constante y latente contra los trabajadores: si estos dejan de obedecer o se rebelan, no sólo serán reemplazados en sus fábricas sino también en sus casas y en sus barrios, ahora tomados por asalto por masas de ilegales apoyadas con toda la fuerza del sistema.

Un insulto contra un extranjero durante un espectáculo deportivo amerita entonces la primera plana de los diarios, la persecución de todos aquellos sospechosos de haberlo emitido, la demonización moral de los “discriminadores” (por supuesto descriptos con los carácteres de los varones adultos, blancos, trabajadores, de familia, clase media y media baja). La persecución legal total de aquellos señalados por los personeros de las “minorías” (que en ciertas áreas son mayorías) de ilegales. Por contra, “todos” saben por dónde entran los invasores, nadie dice nada. El Estado lo permite, e instala albergues, casas y hoteles al servicio de los “refugiados” recién llegados. A modo de lupanares miserables, en medio de la miseria y la procacidad los albergan a los extranjeros, y aceptan que los capitalistas les den “trabajo”. Es más lo fomentan, dando como premios nacionalidad y visas de estadía gratuitas para todos aquellos con un “medio de vida legal”. Por supuesto, dicho medio de vida implica en realidad un hipócrita carnet de esclavo, trabajando ni siquiera para comer, sino tan sólo para pagar a las mafias tribales al servicio del capital global que los han traído a esta supuesta tierra prometida.

El sistema permite la entrada, permite la permanencia, permite la explotación en la esclavitud de pseudo trabajos con la doble excusa de que “ningún local quiere realizar esas obras” (algo totalmente falso, lo que ningún poblador normal quiere realizar es ese trabajo por un sueldo de miseria y hambre, como si lo hacen los inmigrados ilegalmente) y que “con sus trabajos mantienen todo el sistema de pensiones y jubilaciones” –vergonzosamente falso y mentiroso: los ilegales trabajan en su enorme mayoría en la absoluta ilegalidad, sin pagar cargas sociales, y al contrario en vez de “mantener con sus pagos el sistema de bienestar” viven de éste como sanguijuelas de todo lo que pagan los nativos, sea educación gratuita, talleres de idiomas, cursos de “adaptación”, pisos pagos y alquileres subsidiados, comida “especial” acorde a sus culturas invasoras foráneas, cuotas de “preferencia” (de discriminación negativa en contra de los locales nativos), sistemas de salud gratuitos, asistencia social, y por supuesto además todo el apoyo de la izquierda y las iglesias que los apañan.

La doble tenaza del poder liberal comprende: el capitalista oligárquico explotador en lo económico; y el izquierdista “bien intencionado” que en lo cultural desarrolla una sesuda teoría acerca del papel supuestamente “revolucionario anti sistémico” del lumpen invasor, la necesidad de reemplazar con él a los grupos locales, la preponderancia a futuro de ellos contra la retracción y justificada extinción física y material de los locales (acostumbrados culturalmente por la obra de siglos de Europa a reclamar sus derechos y sus valores, frente a un lumpen atrasado que aún conoce la explotación del esclavo como un hecho natural a no cuestionar). El izquierdista a sabiendas, y colaborando con el invasor capitalista y su prole de empleados lacayos, modernos siervos, busca entonces la destrucción total de la clase de “los gremios de artesanos” de esta nueva era. Como en la era pasada, cuando los artesanados tenían demasiados derechos y privilegios que frenaban el avance del capital y marcaban su propia agenda, hoy como ayer deben ser destruidos por la “cultura de la libertad” (ayer la libertad del ciudadano, hoy la del extranjero), avasallando por medio de la libertad de los poderosos para explotar, y de los miserables para ser explotados, la verdadera libertad de los trabajadores para trabajar y permaneces libres –y no clientes dependientes de un patrón moderno.

La destrucción del tejido urbano producto del Estado liberal –que lo importa, lo impulsa y lo impone (mediante reubicación de masas de ilegales, que en vez de cumplir con la ley y ser expulsados son “asilados” en barrios que se transforman en horribles guetos). La destrucción del tejido laboral producto del sistema explotador –que constantemente expulsa trabajadores locales de sus puestos para reemplazarlos con obedientes y serviles extranjeros que laboran por salarios menores al mínimo. La destrucción de la cultura ciudadana, la cultura local y nacional y la “alta cultura” creadora de los valores europeos y occidentales (filosófico, morales, éticos, místicos, racionales) por medio de un ataque orquestado por las izquierdas colaboracionistas con el capital: emotivos defensores de todo lo foráneo, y justificadores de lo aberrante en el otro (sea el crimen “de honor” de la propia hermana o hija por besar a un europeo o la mutilación ritual), son los primeros atacantes de cualquier acto y palabra que emita el natural (así un insulto merece la cárcel, la “tolerancia” es ya mala palabra, pues debería aceptarse lisa y llanamente una “alegre asimilación donde todos pierdan sus fronteras y se abran al otro sin aferrarse a sus propias tradiciones”, en vez de que sean los otros los que cedan sus costumbres tribales para entrar a vivir en el occidente civilizado al estilo europeo –que es la cultura natural de Europa). La izquierda que es la primera en “hablar por boca del inmigrante”, es la última en aparecer cuando dicho inmigrante sufre en carne propia el látigo punzante de la explotación laboral, la prostitución, la tortura del narcotráfico, o las extorsiones de sus compatriotas migrantes que les piden una cuota mensual en dinero so pena de asesinar a sus familias en sus lugares de origen. Claro, contra ello la izquierda no se levanta ni tiene nada que decir, porque ello es parte del espectro de la explotación: el miedo cobarde que genera en el lumpen el tener que volver al infierno del país que ha dejado (“es mejor ser explotado por el capitalista acá, que volver a la miseria tribal y atrasada de las culturas no occidentales ni europeas”), el de hacerlo sentir que no hay ley para él (quien se mete con la mafia extranjera no tiene refugio y sufre venganza y muerte, como pasa con las mafias de albano-kosovares, las triadas chinas, las “maras” centroamericanas, las bandas de “latinos” ecuatorianos, o los grupos sectarios árabes rayanos en el fundamentalismo). La izquierda está sólo para hablar cuando el enemigo es el verdadero trabajador; y ello lo hace por su impostura: por saber que no ha ganado y jamás ganará al verdadero proletario desarrollado de un país industrialista –la pésima y errónea predicción de Marx, del tipo de hombre que serviría como factor revolucionario y que terminó cortando todo lazo con las izquierdas (devenidas desde la posguerra mundial en colaboracionistas directas y “patas culturales” del gran capital explotador). Teniendo como imposibles a los obreros, la tarea de “las nuevas izquierdas” es por supuesto generar nuevos actores pseudo revolucionarios (para seguir alimentando el falso mito de una revolución, que nadie realmente quiere dentro de esos partidejos tibiamente reformistas)- y destruir a los actores sociales existentes como castigo político, y bajo la lectura de que estos sirven como fuerzas conservadoras del orden –algo que es totalmente falso, y por el contrario son los grupúsculos de izquierda trostkistas, “ecologistas” y “antifas” los que sirven directamente al orden liberal dominante, como policías culturales del sistema y su no-pensamiento (el “pensamiento único” que permite el sistema de opresión es “No-Pensar”: se censura, se prohíbe, se limita, se ataca, se “discrimina positivamente –esto es, se discrimina negativamente contra los que se atreven a pensar, criticar o poner en duda algo, se importan nuevas tradiciones de pensamientos primitivistas, tribales, integristas islámicos, indigenistas americanos irracionalistas, cualquier cosa que sirva con tal de disgregar la unidad de conciencia del espíritu de la cultura local).

El chivo expiatorio, el obrero europeo, debe ser destruido en el altar de la explotación de la oligarquía para saciar la sed de sangre del lumpen extranjero –que reclama en contra de los europeos pues “ellos viven mejor”. La respuesta del capital oligarca no es por supuesto mejorar el tipo de vida del explotado, sino destruir todos los vestigios de prestigio y dignidad de los valores de bienestar europeos con los cuales se compara. Cuando no haya ya “cultura del trabajo” (propia del devenir moderno de la técnica, y el viejo socialismo y el existencialismo europeos) dignificante y humanizante –o endiosante (creadora de suprahombres), el lumpen no tendrá ya motivos para llorar y reclamar nuevas condiciones. Pues todos serán entonces igualmente esclavos y plebeyos bajo las mismas botas del capital.

Destruir la cultura que enaltece –para que el inmigrado no se compare a través de ella y crezca. Hacerla desaparecer para que el occidental empiece a entender que el mundo de hoy (fruto del anglosionismo desenfrenado a escala global) conlleva que sea él quien deba empezar a refundar su identidad en la comparación con los “otros”, otros, esclavos, serviles, sin palabra frente al poder, al capital, a los medios de comunicación que lo hacen anónimo y pasivo, consumidor y no ya productor –siquiera en la faceta más baja que es la corresponde al obrero llano.

“Vives mal” le dice el liberal de izquierda “libertario” al extranjero indocumentado, “pues la culpa es del Estado”. Sirviendo así a sus patrones del libre comercio, las corporaciones, el individualismo salvaje y los Estados extranjeros y supramundiales (desde las ONGs hasta la ONU).

“Vives mal” le dice el liberal de izquierda “anarco o antisistema” al delincuente sin papeles, “pues la culpa es de los ciudadanos locales, cerdos burgueses que no comparten sus riquezas ni sus trabajos y que deben ser expropiados por la fuerza”.

“Vives mal” le dice el liberal de la izquierda “caviar” al foráneo con educación y cultura, “por culpa de la cultura local que hay demoler, porque en ella se contiene y existe un fondo fascista que ve con malos ojos al recién llegado”. Cultura que hay que desarmar, deconstruir, y reemplazar luego por una nueva multiculturalidad, cuyo eje básico implique, no los valores éticos y racionales desarrollados por la modernidad, sino los irracionalismos y mistificaciones tribales que habilitan a ver al hombre como un animal de carga, un burro más del cual usar su fuerza de trabajo a cambio de albergue, comida y por supuesto “el respeto de sus costumbres originales (de explotación y atraso)”.

”Vives mal” le dice el liberal dueño del capital al lumpen que explota en funciones de obrero, “y es por culpa de los otros obreros locales, que trabajan con otros parámetros y ganan más que el resto de ustedes, ilegales, ocupándoles sus puestos con derechos garantizados que son privilegios que ustedes no tienen”. Es así que la vieja revuelta contra los privilegios feudales, continúa siendo usada como arma por los burgueses explotadores en su lucha contra el orden establecido, esta vez contra el orden bajo del proletariado –última casta que le faltaba domesticar y que demostró una verdadera capacidad de golpe a través de los viejos socialismos revolucionarios, los fascismos obreros y los populismos.

“Vives mal” le dicen los medios de comunicación a los lúmpenes recién desembarcados por las mafias que les cobran miles de euros para tener un pasaporte falso y un viaje de ida a Europa, “y la culpa de que vives mal es que no puedes integrarte en nuestra cultura, cultura que es el consumo”. Y que como una madre acepta a todos sus hijos, es una cultura por encima del resto que acepta todas las culturas: basta que el africano siga siendo tribal, pero consumista, que el indígena ecuatoriano sea indigenista pero con la meta del consumo, y así con el resto; que acepten que habría un desequilibrio que se produce cuando sólo hay dos factores en juego –la cultura de la explotación y la cultura del servilismo primitivo, sin la autogratificación que dejaría la cultura del consumismo. En suma, el ser integrado por la compra del producto del capital, y de su cultura. Siendo la otra válvula de escape, junto a la del “chivo expiatorio”, de la rabia del explotado, que así es sublimada y utilizada para seguir moviendo los engranajes del sistema.
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viernes, 13 de junio de 2014

El capital contra el trabajo

Esteban Montenegro

¿Por qué sólo en la sociedad industrial podemos hallar a la mercancía como una forma universal de la cual participan todas las creaciones de la actividad humana? En las sociedades pre-modernas, el predominio del valor de intercambio respecto del valor de uso giraba casi únicamente en torno a la actividad comercial. Los sistemas productivos de estas sociedades se orientaban aún por el valor de uso, es decir se producían bienes para su consumo y no para comercializarse. Sólo se comercializaban los excedentes de producción. Sin embargo, hechos en particular habrían de incrementar notablemente el volumen comercial y hacerlo permanente en el tiempo.

El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.[1]

El desarrollo tecnológico-industrial terminó por consolidar a niveles planetarios el comercio. En ese contexto, la revolución económica, social y política de la burguesía, implicó trastocar por completo el estado de cosas previo, pues llevaba en sus genes la exigencia de dirigir, consolidar y racionalizar el aparato de estado de acuerdo a sus necesidades materiales, a sus intereses de clase siempre crecientes, para volver predecible el marco en el que se asegure la continuidad de las relaciones de producción existentes. ¿En que consistirían estos intereses de clase y esas relaciones? En resguardar jurídicamente la propiedad privada. ¿Qué implica esa propiedad privada? La propiedad privada es producto del trabajo enajenado, y a su vez el medio por el cual el trabajo se enajena. Supone no solo la identificación de los productos de trabajo como mercancías, sino la producción del trabajador mismo como una mercancía más. El trabajo devino así en actividad humana excluyente para las capas mayoritarias de la población, que a pesar de ser declarados “libres”, fueron sometidos a la necesidad de vender su fuerza de trabajo al capitalista dueño de los medios de producción para asegurar su propia existencia física. Paulatinamente se redujo al trabajador a satisfacer penosamente sus funciones vitales, animalizando su condición humana mediante largas jornadas de trabajo y el extrañamiento respecto de una producción que no le pertenecía, de una actividad que no era para él, sino beneficio de otro. La abolición de la esclavitud y la aparición del asalariado libre, por ello, viene a reemplazar progresivamente las relaciones de dependencia personal del sistema feudal, por la “objetividad” del derecho burgués que ahora pesaba sobre todos los individuos por igual, pero que dada la propiedad privada de los medios de producción de unos pocos capitalistas, obligaba al resto a rendirse ante aquellos. Recién en este punto en que las cosas, han dejado de ser producto de relaciones sociales entre hombres para convertirse en objetos cerrados en si mismos con un valor propio, en mercancías, y que los mismos trabajadores y el mismo trabajo son ya una mercancía, es que se explica el hecho de que sea la sociedad industrial del capitalismo moderno es la única que hizo posible hacer extensible la forma mercancía a todos los productos de la actividad humana.

Al examinar ese hecho básico estructural hay que observar ante todo que por obra de él el hombre se enfrenta con su propia actividad, con su propio trabajo, como con algo objetivo, independiente de él, como con algo que lo domina a él mismo por obra de leyes ajenas a lo humano.[2]

La subjetividad del trabajador aparece construida entonces por la producción misma y la cosificación que implica la categoría de mercancía que pesa sobre él, su actividad y su producto. Esta producción no la vive como una exigencia de relaciones sociales humanas injustas establecidas por el capital, sino como consecuencias racionales y fatales de un aparato económico anónimo. Dadas así las cosas, quien deviene en desempleado, se ve repentinamente negado en su mandato de trabajo por aquel mundo “objetivo”. Esto influye duramente en su percepción de sí mismo al ver depreciado el valor de mercancía de su fuerza de trabajo. Trasladémonos ahora a los casos concretos que nos tocaron en la última gran ola de desempleo comenzada en los años 90. ¿Qué significará pues para alguien que reducido durante años y años a un trabajo repetitivo y rutinario que formaba parte de sí mismo, que consideraba que le otorgaba valor moral, si de un momento para otro se ve despedido sin razón aparente, sino un proceso de muerte que se lleva parte de él para siempre? Se trata, pues, en un contexto donde el obrero ya especializado en la producción del sistema fordista sigue dependiendo de vender su fuerza de trabajo, una proletarización aún mayor, aislamiento y una marginación de la sociedad en que se desenvuelve pues ve destruido el tejido social que lo contenía. El desempleo es una de las formas en que el mercado inclinó los balances comerciales a su favor, y de esta manera el aparato económico en Argentina, principalmente durante los años 90, disciplinó fuertemente a una sociedad que había crecido con un trabajo estable y duradero. Hay que analizar esta situación como una instancia más de la lucha de clases en Argentina que significó actualizar la absoluta ventaja de la posición empresaria ante el aletargamiento de las estructuras obreras cada vez más burocratizadas. La situación de estabilidad laboral y progreso material para la clase trabajadora, que se desprendía de un Estado benefactor, en Argentina estaba asociada fuertemente a las conquistas sociales del peronismo, que se constituía además como identidad cultural de la clase trabajadora, en su gran mayoría sindicalizada a través de la CGT. El advenimiento de la dictadura en primer lugar, y finalmente del gobierno de Menem, quien llega al poder paradójicamente de la mano del peronismo y los sindicatos, pero que aplica políticas neo-liberales, privatizando los servicios públicos, liberalizando la economía, imponiendo la paridad cambiaria en un peso un dólar, acabaría por enterrar la experiencia más o menos “feliz” de aquella clase trabajadora. Así fue como entró en complicidad total con estas transformaciones negativas el principal resguardo de aquella clase trabajadora: la mayoría de los sindicatos, que en convivencia con el desguace del estado y la liberalización de la economía, permitieron el proceso de desindustrialización, que conllevó despedir, flexibilizar, precarizar y tercerizar, revirtiendo las condiciones laborales hasta entonces existentes.

La libertad individual solo puede ser producto del trabajo colectivo (solo puede ser conseguida y garantizada colectivamente). Hoy nos desplazamos hacia la privatización de los medios de asegurar-garantizar la libertad individual; Si esa es la terapia de los males actuales, está condenada a producir enfermedades iatrogénicas más siniestras y atroces (pobreza masiva, redundancia social y miedo generalizado son algunas de las más prominente).[3]

Sólo al entrar en crisis aquella identidad colectiva del peronismo, con su implícito de estabilidad laboral y alto grado de sindicalización, y el consecuente retiro de la política del espacio público, el desempleado percibe como se apropia individualmente la responsabilidad de no estar inserto en el mercado laboral. Ante la falta de racionalidad que advierte, no responde de manera colectiva, sino de forma individual buscando de nuevo insertarse en el mercado. Los sindicatos y la política ya no canalizan fuerzas ni oponen resistencia: también en ellos parecen regir relaciones cuantificables e intercambios comerciales sustentos en una racionalidad ajena a la vida concreta de las bases. Hasta la lucha por reivindicaciones también se privatiza, hecha raíz en una cúpula o grupo entramado dirigente que opera solo en su propio provecho. Las salidas individuales aparecen además harto traumáticas y peligrosas para la estabilidad psicológica del trabajador desempleado. La asociación de desempleo con vagancia o ineptitud también es moneda corriente en las clases populares todavía asociadas a la idea de dignidad del trabajo. La desocupación permanente es el callejón sin salida del que todo desempleado temporal o subocupado quiere alejarse; mientras engrosa por tiempo indefinido las filas de un ejército de reserva que disminuye el valor de la fuerza de trabajo general ahondando la crisis.

Con un capital de confianza básica, uno puede enfrentar los próximos cambios; el sentimiento de autonomía es el resultado de esta operación (el espacio propio). De no suceder esto, el sujeto sufre en forma latente sentimientos de impotencia que provocan crisis de rabia y sus consecuencias: la vergüenza y la duda.[4]

En los jóvenes por tanto una situación tal, el desempleo, frena la independencia del entorno familiar, pero también lo aísla de la sociedad toda, amigos y parejas. De este modo aparece en concreto la evidencia de la mercancía como categoría universal que atraviesa todas las actividades y relaciones humanas. Aquel eje discursivo del progreso individual y la movilidad social basada en el sacrificio, la capacitación y la especificación laboral en el trabajo, le aparece en este nuevo escenario al joven desempleado, o al hijo del desempleado como sin sentido, como algo inútil. Por ello el desempleo influye en el incremento de la deserción escolar como señalan los números expuestos por Maristella Svampa[5], mientras paralelamente, por carecer de experiencia político-sindical, fueron los jóvenes el objetivo principal de la flexibilización laboral que los consideraba más maleables y menos problemáticos. Sólo cuando el desempleo es masivo y los medios, estos nuevos constructores de la subjetividad, apropian el tema a su manera para ponerlo en la agenda pública como urgencia, es que el desempleado ve aliviada su responsabilidad individual. Se siente a sí mismo expiado de culpa, pero sólo desde el momento en que la televisión y demás medios deciden que ese sujeto “desocupado” tiene entidad colectiva y proporciones preocupantes. Como vemos la realidad inmediata del trabajador y el desempleado ya no aparece mediada por la religión, o por una identidad colectiva, política, sindical o cultural, sino por los medios masivos de comunicación, que toman un rol protagónico con un discurso moralizante y antipolítico, que construye un individualismo cada vez más cosificado, acorde al predominio del mercado por sobre lo público, instalando la asociación indisoluble entre política y corrupción para condenar e impugnar toda canalización colectiva, y estableciendo una noción degradada de lo público que simplemente atañe a vidas privadas expuestas en un terreno público para ser vistas, comentadas y/o reproducidas en sociedad. Finalmente el gobierno trunco de la Alianza acabó por estallar en una conjunción inorgánica de multitudes que se congregó a pedir “que se vayan todos” en la Plaza de Mayo en Diciembre de 2001. Si bien desde entonces se han recuperado puestos de trabajo, la clase trabajadora sigue sufriendo condiciones de flexibilización, tercerización e informalidad. Si hay algo claro es que no se puede confiar y delegar la lucha por los derechos laborales en representaciones burocráticas. Urge organizarse y coordinar luchas diversas, para consolidar poder popular e impedir otra avanzada neoliberal sobre las grandes mayorías, a la vez que se recupera el terreno perdido reivindicando la ingerencia del Estado en los asuntos económicos. El retorno de la política debe hacer carne en las bases si se pretende llevar la confrontación a escalas decisivas y no sólo a escenarios coyunturales.


[1] MARX, K. El manifiesto comunista. Ediciones cuadernos marxistas. Págs. 31-55
[2] LUKÁCS, G. Historia y conciencia de clase. México, Grijalbo, 1983. Págs. 11
[3] BAUMAN, Z. En busca de la política. FCE. Argentina. 2001. Pág. 15. Resultó pertinente por abordar las tendencias contemporáneas de relación entre el individuo y lo colectivo, como consecuencia de la ideología del poder subjetivizada en el individuo.
[4] PICHON-RIVIERE, E.; PAMPLIEGA DE QUIROGA, A. Psicología de la vida cotidiana. Nueva Visión, 1988. Pág. 43
[5] SVAMPA, M. La sociedad excluyente. Taurus, 2005. Págs. 171-172

jueves, 1 de mayo de 2014

Europa es el Caos

Presentamos aquí, a continuación, una crítica y respuesta al manifiesto "Europa o el Caos" publicado en español por el diario El País, cuyo original fuera pensado y publicado en francés a través del diario Le Monde, y posteriormente reproducido en los principales medios 'progresistas' del mundo. Dicho manifiesto fue introducido en las páginas del mencionado diario español en estos términos: "Un grupo de filósofos, escritores y periodistas alerta sobre los riesgos de deshacer la Europa soñada tras la Segunda Guerra Mundial. Vassilis Alexakis, Hans Christoph Buch, Juan Luis Cebrián, Umberto Eco, György Konrád, Julia Kristeva, Bernard-Henri Levy, Antonio Lobo Antunes, Claudio Magris, Salman Rushdie, Fernando Savater, Peter Schneider lanzan una clara advertencia: unión política o muerte." Los resaltados son nuestros. Sugerimos leer previamente la nota cuestionada para tener una comprensión más acabada. Los invitamos a enviar sus adhesiones (así mismo se sugirió en el documento que aquí que objetamos) comentando el presente artículo con vuestro nombre y país de residencia. Alentamos además, a que se lo comparta, se lo critique o se lo reseñe con total libertad. 
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Europa no está en crisis, Europa está muerta. Fragmentada, invadida y balcanizada en su territorio. Esta es la Europa del
mito antifascista impuesta por las potencias liberales y socialistas triunfantes en la II guerra mundial. Cuyos sueños de ayer son las pesadillas de hoy; cuyo proyecto aún por realizar ha acabado antes con ella.

Esa Europa es la que apaña a una clase intelectual burócrata y academicista, ajena a la realidad de su propio pueblo. Una casta que comienza su tarea con el elogio de un pasado idílico de entreguerras. Inexistente, por cierto. Dicho período más que buscar soluciones, se abocó a vislumbrar absorto y decadente el malestar espiritual de su época.

Esa Europa de la que nos hablan no es la de un Schopenhauer, un Nietzsche, un Hegel ni un Heidegger. Una Europa que no fue fruto de una generación de padres creadores, sino de una generación de hijos: los hijos de la cultura del “american way of life”, de los medios masivos de comunicación, del pánico irracional a la cortina de hierro y del miedo a su propio pasado –a sus propios padres, tíos y abuelos, “criminalmente soldados”, escondidos como basura bajo la arena. Los hijos de la post-guerra. Hijos de esa Europa que sufrió y aceptó atentados en su propio territorio por parte de milicias extranjeras, grupos insurgentes, facciones propias. Una Europa que cedió soberanía ante la estrategia de la tensión. Que se ahogó en un consumismo banal y desenfrenado que ayudó a exportar, junto a la libertad (de comercio), a todo el mundo que se resistía a ser civilizado por sus multinacionales.

Esa Europa que quiere justificarse en la Athenas clásica, pero que está más próxima a censurar la militarista “República”  de Platón que a leerla. Que cita a poetas románticos del siglo XIX que se atrevieron a vivir a la intemperie y el peligro en su lucha por la liberación de la Nación helena, tan sólo para insultar en su nombre a toda nación como un instinto animal, irracional e inmoral. Una Europa que insulta como “chauvinistas” a los pueblos de Europa, con una palabra de origen francés en un texto que, firmado por muchos y compuesto por pocos, se escribiera en el chauvinista idioma francés –para ser traducido al resto de la atrasada Europa. Pues la Europa que cita en griego, lee “civilization” en francés, tal cual lo hiciera la vieja Europa decadente del siglo XIX. ¡No podía ser de otra forma! La Europa de los “pensadores”, santurrones de la intelligentsia,  es la directa heredera del repugnante proyecto mundialista ya perimido, que usaba una tenaza de dos puntas: la avanzada comercial anglosajona, y la avanzada de la civilidad afrancesada. Esta Europa que hoy dice sorprenderse del desprecio hacia el ciudadano griego, de su estigmatización y su despojo de toda soberanía, oculta que esa misma y no otra es la finalidad de su proyecto común: elevar a los grandes del pasado para, pisando sus cabezas, poder ver más lejos que ellos. Nada grafica mejor esto, que darle una buena lección a los griegos que alguna vez se atrevieron a tratar al resto del mundo conocido cual barbaroi. Esta es sólo otra vendetta de la Europa tolerante y resentida. ¿De qué se sorprenden los que son sus voceros?

Esta es la Europa que quiere legitimarse en el proyecto de universalidad que erigiera la antigua Roma. Pero que es ciega a los pilares de ese universalismo: la sangre y la disciplina de hierro de sus legiones. La romanidad universal que aportara el valor viril –la virtud, el honor y la disciplina. Una romanidad que podía citar el derecho que ella misma había inventado, y a la vez saberlo limitado: dura lex, enunciaba el romano con acentuación en los deberes de los ciudadanos. La Europa que le canta a la antigua Roma está plagada de bases militares yankees y sólo sabe poner progresivamente las tildes en los derechos universales del ciudadano con un ligero tufo anarquista y sentimentaloide, que ve como moral el atentar contra toda autoridad, toda ley y todo Estado. Esta es la Europa académica que da lecciones de moralidad a Italia, porque ha sobrepasado los límites de lo políticamente correcto. Mientras aplaude a rabiar los bombardeos neocoloniales franceses en África porque llevan el sello bendito de la internacional socialista, la lucha contra el terrorismo y la libération et les droites de l´homme. ¡Qué miseria! ¡Qué rídiculo!

El cadáver de esta Europa sirve como pasto para el renacer de las antiguas naciones, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los localismos, los populismos, las ideologías que se oponen al odio anti europeo dimanado por sus oligarquías gobernantes. Odio que fuera prioritario imponer para darle vida al Golem, hoy muerto, que es Europa. Una burocracia sin Populi que igualmente se cree Dei, cuya meta fue instalarse en el poder para marginar a sus propios pueblos, a los que durante medio siglo avergonzó, reprimió y discriminó. En tiempos cuando ser europeo era vedado a las mayorías, que debían flagelarse y cantar al unísono detrás de sus intelectuales predilectos que “sólo importan las minorías”. Y fue en nombre de las minorías que se atrevió a volver a llevar la guerra a su propio continente, a fuerza de bombas sobre los civiles de Belgrado. Bombas defendidas por los académicos de turno que manejaban todos los hilos bienpensantes del régimen; los Henri Levy, los Eco y los Sontag. Que invitaron a los americanos del norte a volver a sembrar el terror aéreo –otrora practicado por ellos en la II Guerra; contra un pueblo serbio que tildaran asesino y mala copia de Hitler, un pueblo serbio con un gobierno comunista descendiente directo de los partisanos que lucharon al fascismo. Y todo para defender a los croatas (los famosos ustashas aliados al nazismo), y a los musulmanes albaneses y bosnios (bajo la órbita de la Italia fascista unos y con su propia división SS al servicio nazi los otros). ¿Qué autoridad moral tiene esa Europa –que pudo atreverse a arrasar a fuego a un país de víctimas y luchadores contra el nazismo con sólo ponerle el sello de “fascistas”, para seguir esgrimiendo el cuento de la discriminación de las minorías?

Pero sobretodo, esa Europa se vino abajo por la esperanza fantasmal sobre la cual se edificó: la ilusión del euro. La farsa mortal de que a través de la moneda, del plano de lo económico y lo comercial, se lograría su unificación. De que el mero comercio y la sociedad de consumo pacifican y hermanan las naciones. Naciones-clientes de un supra-Estado “común europeo” al cual opusieron resistencia todos los pueblos de Europa. Propuesta por la avanzada civilizatoria progre de gauche, se impuso esta Ley de Hierro que regulara en su totalidad la vida y bolsillos de los ciudadanos a pie, de sus representantes y de sus Estados-Nación, desde un escritorio al cual sólo se sientan un puñado de tecnócratas empleados de la banca internacional.

La charada fue implacable. Para construir una sociedad de consumo, cuyo único horizonte fuera mantener el fetiche psicológico de una moneda que cada vez menos quieren, era necesaria una supra-Burocracia desarraigada de todos los Pueblos europeos, y bajo el férreo dominio de las reglas de los economistas, los Monti, los ex empleados de la Goldman Sachs, las Troikas. 

Para mantener esa superestructura política de tecnócratas desconectados del ser europeo, habría de ser necesaria una reconversión de la Política en un Parlamento ajeno a todo fin y motivación del ciudadano. Que levantándose como la voz de “Europa” estuviese tan lejos de ella que pudiese sobrevivirle a todas sus guerras, crisis y disoluciones; e igual así mantenerse como el entramado garante de una moneda benéfica tan sólo para las oligarquías que la instrumentan en favor propio.

En otras palabras; sin ese serio ataque sobre las libertades políticas de los Pueblos europeos por medio de esas superestructuras que sólo respondían ante sí mismas, no se podría haber mantenido ni medio lustro la fantasmal unión de “una Europa comercial con una misma moneda”. Porque los europeos se resisten a ello, a la obligatoriedad de obediencia a los Autócratas a cargo de la moneda, a la capitulación total de sus Estados Nacionales ante la tenaza arrolladora cuyos tanques son el capital global y cuyas balas son los medios masivos de (des)información. Gracias a las fuerzas de la resistencia que ejercieron los que todavía aman sentirse europeos –y no meros consumidores que comparten el mismo medio de pago- se logró detener la avanzada monetarista en las playas de desembarco, en los referéndums, en las marchas contra los dictados del Banco Central Europeo. Y se logró frenar el intento de las minorías oligárquicas que quiso extirpar el Viejo Continente para sembrar otro nuevo “Estados Unidos de Europa”.

Antes se decía en Europa: Socialismo o Barbarie. Lo mismo se repetía en los territorios mundiales colonizados: Civilización o Barbarie. Con esas armas de guerra camufladas cual plumas y espejos de colores, incendiaron a aquellos que se levantaron. Todos podían ser estigmatizados como gauchos salvajes, teutones y hunos, temibles bárbaros. Hoy la muerta “Europa” al servicio de las castas de los banqueros, le hace decir a sus personeros, a sus best-sellers  pagos: sumisión política o barbarie. 

La nueva arma con que amenazan es: “la pérdida total del poder soberano de los Pueblos y sus Estados a manos de una Tecnocracia financiera gobernante, o explotamos Europa”. Y en la locura de la explosión pretenden sumir al europeo en la miseria, el desempleo, el hambre generalizada, la extinción demográfica.

En otras palabras, exigen que Europa acepte su rendición final y sin condiciones, y se someta obediente a la cadena de sus nuevos amos. En caso contrario se le hará salir de la Historia y se la sumirá en el caos. Los términos de la capitulación no dejan otra posibilidad: o la sumisión política al Golem Supranacional o la muerte. Una muerte que se les podría aplicar a los europeos de diversas y variadas formas, y en distintos golpes de momento. 

Alguna Nación podrá durar dos, tres, cinco, tal vez 10 años, incluso creyendo que existe la posibilidad de salvarse y que lo peor ya les ha pasado. Pero llegará, amenazan los intelectuales funcionales a la casta sin patria ni raíces de los banqueros. A Europa la sacaremos de la Historia. De una u otra forma, si no se someten a nuestra voluntad de mando, desaparecerán. Esto ya no es una hipótesis para ellos. No ahora que su proyecto de mercaderes subyugando a todo europeo bajo el mismo dios del dinero ha fracasado, que la falsa Europa ha expirado. Es la única certeza que tienen: que esta vez van por todo, en una guerra de exterminio del ser europeo hasta someterlo en un horizonte que les sea insuperable y fatal. Todo lo demás –pases de magia financieros, declaraciones y manifiestos de grupos que se disfrazan de antisistémicos para intentar sembrar con sus falsas predicciones el miedo entre las poblaciones- sólo sirven para ocultar por un momento más la verdad y retrasar el fin. 

La verdad es que el rey está desnudo. Que el proyecto soñado por pocos de una dominación global de Europa, y su deformación hacia un mero polo comercial-financiero, sin Pueblos, sin Naciones y sin otro Soberano que el Euro y los banqueros, ha nacido muerto. Ha socavado su estructura real de sustento, antes de que la superestructura cultural justificadora hubiese tomado por asalto los corazones y cerebros europeos.

La verdad es que cincuenta años de preparación desde la posguerra, en planear un gran supermercado, hizo creer a muchos que los europeos aceptarían sumisamente su rol como los productos centrales a vender en tal supermercado. El retroceso de todos los valores socialistas reales y revolucionarios, que hicieron al trabajador de Europa vivir una existencia que hasta entonces fuera poco menos que un milagro (con conquistas y valores ganados como el derecho a la educación, a un buen hogar y familia, a su libertad de pensamiento e ideas, a su derecho a un trabajo, digno, bien pago, con vacaciones, pensiones, estabilidad en el empleo, derecho a disentir sin miedo a ser segregado de toda fuente de trabajo y alimento), con condiciones de vida que hasta ayer los asemejaban a reyes de otros pueblos, se hace cada vez más patente. Esa Europa que grita “Yo, con el Euro, o la Barbarie” los está mutilando. Todo ciudadano puede ver hoy que sus conquistas quieren ser robadas por las minorías explotadoras, hasta reducir a los europeos a su pretérita, y más manejable, condición servil. Bajo una esclavitud por el dinero y sin el beneficio siquiera de poder elegir directamente a sus gobernantes, quienes estarán bien lejanos en sus paraísos.

Esta Europa muerta, putrefacta, hiede. Hiede a mentiras y falsedad. Grita a cien voces por la libertad, y censura, y encarcela a los pensadores y los pensamientos. Y segrega, y hace expulsar de sus trabajos, de sus universidades, de sus gremios, a aquellos que se atreven a criticarla activamente. Hiede en cada aniversario de falsas democracias en que gobernantes de monarquías que nadie votó, celebran a los ciudadanos ilegales extranjeros que nadie invitó, mientras los europeos no son europeos ni en el extranjero ni en su propio suelo. La importación de esclavos continúa, como ejército de reserva, mano de obra barata para obligar al trabajador local a bajar la cerviz y ser buey o morirse de hambre; mientras la Europa que hiede a “progreso” monta marchas de organizaciones sindicales que a los únicos que representan son a los sindicalistas mismos y sus privilegios. Es la Europa de tufo insalubre que se cree perfume de paz y de rosas, mientras invade países al son de la batuta del capital y de lo políticamente correcto. La hija putativa de los Estados Unidos y del Sionismo mundial. Una Europa que dijo ser “nunca más” ante el mal absoluto, pero que en realidad sólo quiso el horroroso “nunca más europeos en Europa”. 

Una falsa “Europa” que se llamó Europa, pero tiene por mano de obra esclava al inmigrante ilegal, por alma el American Way of Life, y por ídolo el sacrosanto billete del Euro.
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