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viernes, 4 de julio de 2014

Trabajadores marginados y marginales explotados

Por Francisco Barbarroja

La explotación real conlleva un “chivo expiatorio” del sistema: el pensar libre del discurso. Para desviar el odio y el resentimiento de clase de los marginados que están siendo explotados como esclavos por las fábricas del capitalismo, el sistema mediático al servicio de las oligarquías construyen un “monstruo”, la imagen del pueblo llano nativo como “peligrosos y odiosos discriminadores, culpables de que los recién llegados sean marginados y sufran pobreza e injusticias”. La imagen del trabajador como criminal que es la causa principal de la no integración de las masas de extranjeros al sistema. Y que llevan a un endurecimiento de las leyes –a pedidos de los medios de comunicación y de las ONGs a tiempo completo para “defensa de las minorías”, contra cualquier varón, natural del país, adulto y trabajador.

Es el medio de reencauzar el rencor del resentido que jamás se asimilará pues ha sido traído desde fuera precisamente por ello: porque no puede asimilarse al país por su incapacidad cultural e idiomática, su falta de lazos reales y raíces biológicos-familiares con el país que invade masivamente bajo la forma de una turba disgregada y paupérrima. El Lumpen que es fácilmente manipulado por el capital para hacerlo el ejército de reserva a su servicio. Para destruir el factor trabajo e imponer sobre occidente la “cultura” del esclavo, de aquel que trabaja sin quejarse por el mínimo salario.

Para controlar la esperada explosión de la migración marginal del lumpen explotado, se redirige la furia de ese lumpen vía los medios masivos de comunicación para que en vez de contra los patrones y las oligarquías minoritarias –y las más de las veces, tribales, dueñas del capital- hagan su presa en los ciudadanos a pie del común. Para que así cumplan su función de espada de Damocles y amenaza constante y latente contra los trabajadores: si estos dejan de obedecer o se rebelan, no sólo serán reemplazados en sus fábricas sino también en sus casas y en sus barrios, ahora tomados por asalto por masas de ilegales apoyadas con toda la fuerza del sistema.

Un insulto contra un extranjero durante un espectáculo deportivo amerita entonces la primera plana de los diarios, la persecución de todos aquellos sospechosos de haberlo emitido, la demonización moral de los “discriminadores” (por supuesto descriptos con los carácteres de los varones adultos, blancos, trabajadores, de familia, clase media y media baja). La persecución legal total de aquellos señalados por los personeros de las “minorías” (que en ciertas áreas son mayorías) de ilegales. Por contra, “todos” saben por dónde entran los invasores, nadie dice nada. El Estado lo permite, e instala albergues, casas y hoteles al servicio de los “refugiados” recién llegados. A modo de lupanares miserables, en medio de la miseria y la procacidad los albergan a los extranjeros, y aceptan que los capitalistas les den “trabajo”. Es más lo fomentan, dando como premios nacionalidad y visas de estadía gratuitas para todos aquellos con un “medio de vida legal”. Por supuesto, dicho medio de vida implica en realidad un hipócrita carnet de esclavo, trabajando ni siquiera para comer, sino tan sólo para pagar a las mafias tribales al servicio del capital global que los han traído a esta supuesta tierra prometida.

El sistema permite la entrada, permite la permanencia, permite la explotación en la esclavitud de pseudo trabajos con la doble excusa de que “ningún local quiere realizar esas obras” (algo totalmente falso, lo que ningún poblador normal quiere realizar es ese trabajo por un sueldo de miseria y hambre, como si lo hacen los inmigrados ilegalmente) y que “con sus trabajos mantienen todo el sistema de pensiones y jubilaciones” –vergonzosamente falso y mentiroso: los ilegales trabajan en su enorme mayoría en la absoluta ilegalidad, sin pagar cargas sociales, y al contrario en vez de “mantener con sus pagos el sistema de bienestar” viven de éste como sanguijuelas de todo lo que pagan los nativos, sea educación gratuita, talleres de idiomas, cursos de “adaptación”, pisos pagos y alquileres subsidiados, comida “especial” acorde a sus culturas invasoras foráneas, cuotas de “preferencia” (de discriminación negativa en contra de los locales nativos), sistemas de salud gratuitos, asistencia social, y por supuesto además todo el apoyo de la izquierda y las iglesias que los apañan.

La doble tenaza del poder liberal comprende: el capitalista oligárquico explotador en lo económico; y el izquierdista “bien intencionado” que en lo cultural desarrolla una sesuda teoría acerca del papel supuestamente “revolucionario anti sistémico” del lumpen invasor, la necesidad de reemplazar con él a los grupos locales, la preponderancia a futuro de ellos contra la retracción y justificada extinción física y material de los locales (acostumbrados culturalmente por la obra de siglos de Europa a reclamar sus derechos y sus valores, frente a un lumpen atrasado que aún conoce la explotación del esclavo como un hecho natural a no cuestionar). El izquierdista a sabiendas, y colaborando con el invasor capitalista y su prole de empleados lacayos, modernos siervos, busca entonces la destrucción total de la clase de “los gremios de artesanos” de esta nueva era. Como en la era pasada, cuando los artesanados tenían demasiados derechos y privilegios que frenaban el avance del capital y marcaban su propia agenda, hoy como ayer deben ser destruidos por la “cultura de la libertad” (ayer la libertad del ciudadano, hoy la del extranjero), avasallando por medio de la libertad de los poderosos para explotar, y de los miserables para ser explotados, la verdadera libertad de los trabajadores para trabajar y permaneces libres –y no clientes dependientes de un patrón moderno.

La destrucción del tejido urbano producto del Estado liberal –que lo importa, lo impulsa y lo impone (mediante reubicación de masas de ilegales, que en vez de cumplir con la ley y ser expulsados son “asilados” en barrios que se transforman en horribles guetos). La destrucción del tejido laboral producto del sistema explotador –que constantemente expulsa trabajadores locales de sus puestos para reemplazarlos con obedientes y serviles extranjeros que laboran por salarios menores al mínimo. La destrucción de la cultura ciudadana, la cultura local y nacional y la “alta cultura” creadora de los valores europeos y occidentales (filosófico, morales, éticos, místicos, racionales) por medio de un ataque orquestado por las izquierdas colaboracionistas con el capital: emotivos defensores de todo lo foráneo, y justificadores de lo aberrante en el otro (sea el crimen “de honor” de la propia hermana o hija por besar a un europeo o la mutilación ritual), son los primeros atacantes de cualquier acto y palabra que emita el natural (así un insulto merece la cárcel, la “tolerancia” es ya mala palabra, pues debería aceptarse lisa y llanamente una “alegre asimilación donde todos pierdan sus fronteras y se abran al otro sin aferrarse a sus propias tradiciones”, en vez de que sean los otros los que cedan sus costumbres tribales para entrar a vivir en el occidente civilizado al estilo europeo –que es la cultura natural de Europa). La izquierda que es la primera en “hablar por boca del inmigrante”, es la última en aparecer cuando dicho inmigrante sufre en carne propia el látigo punzante de la explotación laboral, la prostitución, la tortura del narcotráfico, o las extorsiones de sus compatriotas migrantes que les piden una cuota mensual en dinero so pena de asesinar a sus familias en sus lugares de origen. Claro, contra ello la izquierda no se levanta ni tiene nada que decir, porque ello es parte del espectro de la explotación: el miedo cobarde que genera en el lumpen el tener que volver al infierno del país que ha dejado (“es mejor ser explotado por el capitalista acá, que volver a la miseria tribal y atrasada de las culturas no occidentales ni europeas”), el de hacerlo sentir que no hay ley para él (quien se mete con la mafia extranjera no tiene refugio y sufre venganza y muerte, como pasa con las mafias de albano-kosovares, las triadas chinas, las “maras” centroamericanas, las bandas de “latinos” ecuatorianos, o los grupos sectarios árabes rayanos en el fundamentalismo). La izquierda está sólo para hablar cuando el enemigo es el verdadero trabajador; y ello lo hace por su impostura: por saber que no ha ganado y jamás ganará al verdadero proletario desarrollado de un país industrialista –la pésima y errónea predicción de Marx, del tipo de hombre que serviría como factor revolucionario y que terminó cortando todo lazo con las izquierdas (devenidas desde la posguerra mundial en colaboracionistas directas y “patas culturales” del gran capital explotador). Teniendo como imposibles a los obreros, la tarea de “las nuevas izquierdas” es por supuesto generar nuevos actores pseudo revolucionarios (para seguir alimentando el falso mito de una revolución, que nadie realmente quiere dentro de esos partidejos tibiamente reformistas)- y destruir a los actores sociales existentes como castigo político, y bajo la lectura de que estos sirven como fuerzas conservadoras del orden –algo que es totalmente falso, y por el contrario son los grupúsculos de izquierda trostkistas, “ecologistas” y “antifas” los que sirven directamente al orden liberal dominante, como policías culturales del sistema y su no-pensamiento (el “pensamiento único” que permite el sistema de opresión es “No-Pensar”: se censura, se prohíbe, se limita, se ataca, se “discrimina positivamente –esto es, se discrimina negativamente contra los que se atreven a pensar, criticar o poner en duda algo, se importan nuevas tradiciones de pensamientos primitivistas, tribales, integristas islámicos, indigenistas americanos irracionalistas, cualquier cosa que sirva con tal de disgregar la unidad de conciencia del espíritu de la cultura local).

El chivo expiatorio, el obrero europeo, debe ser destruido en el altar de la explotación de la oligarquía para saciar la sed de sangre del lumpen extranjero –que reclama en contra de los europeos pues “ellos viven mejor”. La respuesta del capital oligarca no es por supuesto mejorar el tipo de vida del explotado, sino destruir todos los vestigios de prestigio y dignidad de los valores de bienestar europeos con los cuales se compara. Cuando no haya ya “cultura del trabajo” (propia del devenir moderno de la técnica, y el viejo socialismo y el existencialismo europeos) dignificante y humanizante –o endiosante (creadora de suprahombres), el lumpen no tendrá ya motivos para llorar y reclamar nuevas condiciones. Pues todos serán entonces igualmente esclavos y plebeyos bajo las mismas botas del capital.

Destruir la cultura que enaltece –para que el inmigrado no se compare a través de ella y crezca. Hacerla desaparecer para que el occidental empiece a entender que el mundo de hoy (fruto del anglosionismo desenfrenado a escala global) conlleva que sea él quien deba empezar a refundar su identidad en la comparación con los “otros”, otros, esclavos, serviles, sin palabra frente al poder, al capital, a los medios de comunicación que lo hacen anónimo y pasivo, consumidor y no ya productor –siquiera en la faceta más baja que es la corresponde al obrero llano.

“Vives mal” le dice el liberal de izquierda “libertario” al extranjero indocumentado, “pues la culpa es del Estado”. Sirviendo así a sus patrones del libre comercio, las corporaciones, el individualismo salvaje y los Estados extranjeros y supramundiales (desde las ONGs hasta la ONU).

“Vives mal” le dice el liberal de izquierda “anarco o antisistema” al delincuente sin papeles, “pues la culpa es de los ciudadanos locales, cerdos burgueses que no comparten sus riquezas ni sus trabajos y que deben ser expropiados por la fuerza”.

“Vives mal” le dice el liberal de la izquierda “caviar” al foráneo con educación y cultura, “por culpa de la cultura local que hay demoler, porque en ella se contiene y existe un fondo fascista que ve con malos ojos al recién llegado”. Cultura que hay que desarmar, deconstruir, y reemplazar luego por una nueva multiculturalidad, cuyo eje básico implique, no los valores éticos y racionales desarrollados por la modernidad, sino los irracionalismos y mistificaciones tribales que habilitan a ver al hombre como un animal de carga, un burro más del cual usar su fuerza de trabajo a cambio de albergue, comida y por supuesto “el respeto de sus costumbres originales (de explotación y atraso)”.

”Vives mal” le dice el liberal dueño del capital al lumpen que explota en funciones de obrero, “y es por culpa de los otros obreros locales, que trabajan con otros parámetros y ganan más que el resto de ustedes, ilegales, ocupándoles sus puestos con derechos garantizados que son privilegios que ustedes no tienen”. Es así que la vieja revuelta contra los privilegios feudales, continúa siendo usada como arma por los burgueses explotadores en su lucha contra el orden establecido, esta vez contra el orden bajo del proletariado –última casta que le faltaba domesticar y que demostró una verdadera capacidad de golpe a través de los viejos socialismos revolucionarios, los fascismos obreros y los populismos.

“Vives mal” le dicen los medios de comunicación a los lúmpenes recién desembarcados por las mafias que les cobran miles de euros para tener un pasaporte falso y un viaje de ida a Europa, “y la culpa de que vives mal es que no puedes integrarte en nuestra cultura, cultura que es el consumo”. Y que como una madre acepta a todos sus hijos, es una cultura por encima del resto que acepta todas las culturas: basta que el africano siga siendo tribal, pero consumista, que el indígena ecuatoriano sea indigenista pero con la meta del consumo, y así con el resto; que acepten que habría un desequilibrio que se produce cuando sólo hay dos factores en juego –la cultura de la explotación y la cultura del servilismo primitivo, sin la autogratificación que dejaría la cultura del consumismo. En suma, el ser integrado por la compra del producto del capital, y de su cultura. Siendo la otra válvula de escape, junto a la del “chivo expiatorio”, de la rabia del explotado, que así es sublimada y utilizada para seguir moviendo los engranajes del sistema.
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