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jueves, 1 de mayo de 2014

Europa es el Caos

Presentamos aquí, a continuación, una crítica y respuesta al manifiesto "Europa o el Caos" publicado en español por el diario El País, cuyo original fuera pensado y publicado en francés a través del diario Le Monde, y posteriormente reproducido en los principales medios 'progresistas' del mundo. Dicho manifiesto fue introducido en las páginas del mencionado diario español en estos términos: "Un grupo de filósofos, escritores y periodistas alerta sobre los riesgos de deshacer la Europa soñada tras la Segunda Guerra Mundial. Vassilis Alexakis, Hans Christoph Buch, Juan Luis Cebrián, Umberto Eco, György Konrád, Julia Kristeva, Bernard-Henri Levy, Antonio Lobo Antunes, Claudio Magris, Salman Rushdie, Fernando Savater, Peter Schneider lanzan una clara advertencia: unión política o muerte." Los resaltados son nuestros. Sugerimos leer previamente la nota cuestionada para tener una comprensión más acabada. Los invitamos a enviar sus adhesiones (así mismo se sugirió en el documento que aquí que objetamos) comentando el presente artículo con vuestro nombre y país de residencia. Alentamos además, a que se lo comparta, se lo critique o se lo reseñe con total libertad. 
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Europa no está en crisis, Europa está muerta. Fragmentada, invadida y balcanizada en su territorio. Esta es la Europa del
mito antifascista impuesta por las potencias liberales y socialistas triunfantes en la II guerra mundial. Cuyos sueños de ayer son las pesadillas de hoy; cuyo proyecto aún por realizar ha acabado antes con ella.

Esa Europa es la que apaña a una clase intelectual burócrata y academicista, ajena a la realidad de su propio pueblo. Una casta que comienza su tarea con el elogio de un pasado idílico de entreguerras. Inexistente, por cierto. Dicho período más que buscar soluciones, se abocó a vislumbrar absorto y decadente el malestar espiritual de su época.

Esa Europa de la que nos hablan no es la de un Schopenhauer, un Nietzsche, un Hegel ni un Heidegger. Una Europa que no fue fruto de una generación de padres creadores, sino de una generación de hijos: los hijos de la cultura del “american way of life”, de los medios masivos de comunicación, del pánico irracional a la cortina de hierro y del miedo a su propio pasado –a sus propios padres, tíos y abuelos, “criminalmente soldados”, escondidos como basura bajo la arena. Los hijos de la post-guerra. Hijos de esa Europa que sufrió y aceptó atentados en su propio territorio por parte de milicias extranjeras, grupos insurgentes, facciones propias. Una Europa que cedió soberanía ante la estrategia de la tensión. Que se ahogó en un consumismo banal y desenfrenado que ayudó a exportar, junto a la libertad (de comercio), a todo el mundo que se resistía a ser civilizado por sus multinacionales.

Esa Europa que quiere justificarse en la Athenas clásica, pero que está más próxima a censurar la militarista “República”  de Platón que a leerla. Que cita a poetas románticos del siglo XIX que se atrevieron a vivir a la intemperie y el peligro en su lucha por la liberación de la Nación helena, tan sólo para insultar en su nombre a toda nación como un instinto animal, irracional e inmoral. Una Europa que insulta como “chauvinistas” a los pueblos de Europa, con una palabra de origen francés en un texto que, firmado por muchos y compuesto por pocos, se escribiera en el chauvinista idioma francés –para ser traducido al resto de la atrasada Europa. Pues la Europa que cita en griego, lee “civilization” en francés, tal cual lo hiciera la vieja Europa decadente del siglo XIX. ¡No podía ser de otra forma! La Europa de los “pensadores”, santurrones de la intelligentsia,  es la directa heredera del repugnante proyecto mundialista ya perimido, que usaba una tenaza de dos puntas: la avanzada comercial anglosajona, y la avanzada de la civilidad afrancesada. Esta Europa que hoy dice sorprenderse del desprecio hacia el ciudadano griego, de su estigmatización y su despojo de toda soberanía, oculta que esa misma y no otra es la finalidad de su proyecto común: elevar a los grandes del pasado para, pisando sus cabezas, poder ver más lejos que ellos. Nada grafica mejor esto, que darle una buena lección a los griegos que alguna vez se atrevieron a tratar al resto del mundo conocido cual barbaroi. Esta es sólo otra vendetta de la Europa tolerante y resentida. ¿De qué se sorprenden los que son sus voceros?

Esta es la Europa que quiere legitimarse en el proyecto de universalidad que erigiera la antigua Roma. Pero que es ciega a los pilares de ese universalismo: la sangre y la disciplina de hierro de sus legiones. La romanidad universal que aportara el valor viril –la virtud, el honor y la disciplina. Una romanidad que podía citar el derecho que ella misma había inventado, y a la vez saberlo limitado: dura lex, enunciaba el romano con acentuación en los deberes de los ciudadanos. La Europa que le canta a la antigua Roma está plagada de bases militares yankees y sólo sabe poner progresivamente las tildes en los derechos universales del ciudadano con un ligero tufo anarquista y sentimentaloide, que ve como moral el atentar contra toda autoridad, toda ley y todo Estado. Esta es la Europa académica que da lecciones de moralidad a Italia, porque ha sobrepasado los límites de lo políticamente correcto. Mientras aplaude a rabiar los bombardeos neocoloniales franceses en África porque llevan el sello bendito de la internacional socialista, la lucha contra el terrorismo y la libération et les droites de l´homme. ¡Qué miseria! ¡Qué rídiculo!

El cadáver de esta Europa sirve como pasto para el renacer de las antiguas naciones, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los localismos, los populismos, las ideologías que se oponen al odio anti europeo dimanado por sus oligarquías gobernantes. Odio que fuera prioritario imponer para darle vida al Golem, hoy muerto, que es Europa. Una burocracia sin Populi que igualmente se cree Dei, cuya meta fue instalarse en el poder para marginar a sus propios pueblos, a los que durante medio siglo avergonzó, reprimió y discriminó. En tiempos cuando ser europeo era vedado a las mayorías, que debían flagelarse y cantar al unísono detrás de sus intelectuales predilectos que “sólo importan las minorías”. Y fue en nombre de las minorías que se atrevió a volver a llevar la guerra a su propio continente, a fuerza de bombas sobre los civiles de Belgrado. Bombas defendidas por los académicos de turno que manejaban todos los hilos bienpensantes del régimen; los Henri Levy, los Eco y los Sontag. Que invitaron a los americanos del norte a volver a sembrar el terror aéreo –otrora practicado por ellos en la II Guerra; contra un pueblo serbio que tildaran asesino y mala copia de Hitler, un pueblo serbio con un gobierno comunista descendiente directo de los partisanos que lucharon al fascismo. Y todo para defender a los croatas (los famosos ustashas aliados al nazismo), y a los musulmanes albaneses y bosnios (bajo la órbita de la Italia fascista unos y con su propia división SS al servicio nazi los otros). ¿Qué autoridad moral tiene esa Europa –que pudo atreverse a arrasar a fuego a un país de víctimas y luchadores contra el nazismo con sólo ponerle el sello de “fascistas”, para seguir esgrimiendo el cuento de la discriminación de las minorías?

Pero sobretodo, esa Europa se vino abajo por la esperanza fantasmal sobre la cual se edificó: la ilusión del euro. La farsa mortal de que a través de la moneda, del plano de lo económico y lo comercial, se lograría su unificación. De que el mero comercio y la sociedad de consumo pacifican y hermanan las naciones. Naciones-clientes de un supra-Estado “común europeo” al cual opusieron resistencia todos los pueblos de Europa. Propuesta por la avanzada civilizatoria progre de gauche, se impuso esta Ley de Hierro que regulara en su totalidad la vida y bolsillos de los ciudadanos a pie, de sus representantes y de sus Estados-Nación, desde un escritorio al cual sólo se sientan un puñado de tecnócratas empleados de la banca internacional.

La charada fue implacable. Para construir una sociedad de consumo, cuyo único horizonte fuera mantener el fetiche psicológico de una moneda que cada vez menos quieren, era necesaria una supra-Burocracia desarraigada de todos los Pueblos europeos, y bajo el férreo dominio de las reglas de los economistas, los Monti, los ex empleados de la Goldman Sachs, las Troikas. 

Para mantener esa superestructura política de tecnócratas desconectados del ser europeo, habría de ser necesaria una reconversión de la Política en un Parlamento ajeno a todo fin y motivación del ciudadano. Que levantándose como la voz de “Europa” estuviese tan lejos de ella que pudiese sobrevivirle a todas sus guerras, crisis y disoluciones; e igual así mantenerse como el entramado garante de una moneda benéfica tan sólo para las oligarquías que la instrumentan en favor propio.

En otras palabras; sin ese serio ataque sobre las libertades políticas de los Pueblos europeos por medio de esas superestructuras que sólo respondían ante sí mismas, no se podría haber mantenido ni medio lustro la fantasmal unión de “una Europa comercial con una misma moneda”. Porque los europeos se resisten a ello, a la obligatoriedad de obediencia a los Autócratas a cargo de la moneda, a la capitulación total de sus Estados Nacionales ante la tenaza arrolladora cuyos tanques son el capital global y cuyas balas son los medios masivos de (des)información. Gracias a las fuerzas de la resistencia que ejercieron los que todavía aman sentirse europeos –y no meros consumidores que comparten el mismo medio de pago- se logró detener la avanzada monetarista en las playas de desembarco, en los referéndums, en las marchas contra los dictados del Banco Central Europeo. Y se logró frenar el intento de las minorías oligárquicas que quiso extirpar el Viejo Continente para sembrar otro nuevo “Estados Unidos de Europa”.

Antes se decía en Europa: Socialismo o Barbarie. Lo mismo se repetía en los territorios mundiales colonizados: Civilización o Barbarie. Con esas armas de guerra camufladas cual plumas y espejos de colores, incendiaron a aquellos que se levantaron. Todos podían ser estigmatizados como gauchos salvajes, teutones y hunos, temibles bárbaros. Hoy la muerta “Europa” al servicio de las castas de los banqueros, le hace decir a sus personeros, a sus best-sellers  pagos: sumisión política o barbarie. 

La nueva arma con que amenazan es: “la pérdida total del poder soberano de los Pueblos y sus Estados a manos de una Tecnocracia financiera gobernante, o explotamos Europa”. Y en la locura de la explosión pretenden sumir al europeo en la miseria, el desempleo, el hambre generalizada, la extinción demográfica.

En otras palabras, exigen que Europa acepte su rendición final y sin condiciones, y se someta obediente a la cadena de sus nuevos amos. En caso contrario se le hará salir de la Historia y se la sumirá en el caos. Los términos de la capitulación no dejan otra posibilidad: o la sumisión política al Golem Supranacional o la muerte. Una muerte que se les podría aplicar a los europeos de diversas y variadas formas, y en distintos golpes de momento. 

Alguna Nación podrá durar dos, tres, cinco, tal vez 10 años, incluso creyendo que existe la posibilidad de salvarse y que lo peor ya les ha pasado. Pero llegará, amenazan los intelectuales funcionales a la casta sin patria ni raíces de los banqueros. A Europa la sacaremos de la Historia. De una u otra forma, si no se someten a nuestra voluntad de mando, desaparecerán. Esto ya no es una hipótesis para ellos. No ahora que su proyecto de mercaderes subyugando a todo europeo bajo el mismo dios del dinero ha fracasado, que la falsa Europa ha expirado. Es la única certeza que tienen: que esta vez van por todo, en una guerra de exterminio del ser europeo hasta someterlo en un horizonte que les sea insuperable y fatal. Todo lo demás –pases de magia financieros, declaraciones y manifiestos de grupos que se disfrazan de antisistémicos para intentar sembrar con sus falsas predicciones el miedo entre las poblaciones- sólo sirven para ocultar por un momento más la verdad y retrasar el fin. 

La verdad es que el rey está desnudo. Que el proyecto soñado por pocos de una dominación global de Europa, y su deformación hacia un mero polo comercial-financiero, sin Pueblos, sin Naciones y sin otro Soberano que el Euro y los banqueros, ha nacido muerto. Ha socavado su estructura real de sustento, antes de que la superestructura cultural justificadora hubiese tomado por asalto los corazones y cerebros europeos.

La verdad es que cincuenta años de preparación desde la posguerra, en planear un gran supermercado, hizo creer a muchos que los europeos aceptarían sumisamente su rol como los productos centrales a vender en tal supermercado. El retroceso de todos los valores socialistas reales y revolucionarios, que hicieron al trabajador de Europa vivir una existencia que hasta entonces fuera poco menos que un milagro (con conquistas y valores ganados como el derecho a la educación, a un buen hogar y familia, a su libertad de pensamiento e ideas, a su derecho a un trabajo, digno, bien pago, con vacaciones, pensiones, estabilidad en el empleo, derecho a disentir sin miedo a ser segregado de toda fuente de trabajo y alimento), con condiciones de vida que hasta ayer los asemejaban a reyes de otros pueblos, se hace cada vez más patente. Esa Europa que grita “Yo, con el Euro, o la Barbarie” los está mutilando. Todo ciudadano puede ver hoy que sus conquistas quieren ser robadas por las minorías explotadoras, hasta reducir a los europeos a su pretérita, y más manejable, condición servil. Bajo una esclavitud por el dinero y sin el beneficio siquiera de poder elegir directamente a sus gobernantes, quienes estarán bien lejanos en sus paraísos.

Esta Europa muerta, putrefacta, hiede. Hiede a mentiras y falsedad. Grita a cien voces por la libertad, y censura, y encarcela a los pensadores y los pensamientos. Y segrega, y hace expulsar de sus trabajos, de sus universidades, de sus gremios, a aquellos que se atreven a criticarla activamente. Hiede en cada aniversario de falsas democracias en que gobernantes de monarquías que nadie votó, celebran a los ciudadanos ilegales extranjeros que nadie invitó, mientras los europeos no son europeos ni en el extranjero ni en su propio suelo. La importación de esclavos continúa, como ejército de reserva, mano de obra barata para obligar al trabajador local a bajar la cerviz y ser buey o morirse de hambre; mientras la Europa que hiede a “progreso” monta marchas de organizaciones sindicales que a los únicos que representan son a los sindicalistas mismos y sus privilegios. Es la Europa de tufo insalubre que se cree perfume de paz y de rosas, mientras invade países al son de la batuta del capital y de lo políticamente correcto. La hija putativa de los Estados Unidos y del Sionismo mundial. Una Europa que dijo ser “nunca más” ante el mal absoluto, pero que en realidad sólo quiso el horroroso “nunca más europeos en Europa”. 

Una falsa “Europa” que se llamó Europa, pero tiene por mano de obra esclava al inmigrante ilegal, por alma el American Way of Life, y por ídolo el sacrosanto billete del Euro.
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